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Una mamá en 2022
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Enfermera, profesora, terapeuta, luchadora y más. Te contamos a través de 9 historias algunos de los cientos de 'poderes' que estas mamás 'superheroínas' desarrollan por amor a sus hijos.

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Joseph Vizcaíno

Esta boxeadora fue madre a los 21 años. Tras dar a luz retomó las prácticas. Su hijo aprendió a caminar en el ‘gym’.

Por Paola Gavilanes

Un par de guantes, un cuadrilátero y las sonrisas, abrazos y besos de su hijo Gerard es todo lo que necesita ‘La Chica de Oro’ Para ser feliz. Joseph Vizcaíno se convirtió en madre cerca de cumplir los 21 años; era 2017 y estaba en el mejor momento de su carrera.

Ostentaba el título latinoamericano del Consejo Mundial de Boxeo. Fue la primera ecuatoriana en traer el título al Ecuador. Jhoss -como la llaman sus amigos y alumnos- es una boxeadora profesional.

Se enamoró de esa disciplina cuando tenía 15 años; fue amor a primera vista. Tres meses después formaba parte de la Selección de Pichincha, y estaba lista para enfrentarse a sus rivales y conquistar varios campeonatos. Tiene un superpuño.

Jhoss ama el box. El gimnasio es su lugar feliz. Desde que se sumergió en el mundo de los ‘jabs’, ganchos y ‘uppercuts’ ha salido solo para cuidar a su hijo. Le costó permanecer dentro de casa. Embarazada hacía un poco de sombras.

Nació su pequeño Gerard y a los 8 meses Jhoss retomó las prácticas y su trabajo como entrenadora.

El primer día -recuerda- ingresó al gimnasio sosteniendo a su hijo entre sus brazos, y cargando la pañalera y el andador. Fue una mañana muy ajetreada. “Pero luego encargué el andador y todo fue más sencillo”.

Su bebé aprendió a caminar sobre las colchonetas del Hitt Club de Boxeo y Calistenia, donde todos lo querían y mimaban.

Funciona en el estadio Olímpico Atahualpa; ‘La Chica de Oro’ vive en Calderón, norte de Quito.

Desde el primer día -cuenta Jhoss- su pequeño se acostumbró a pasar sus mañanas en un lugar lleno de pesas y sacos de boxeo.

Jamás hizo un solo berrinche; caminaba y jugaba en silencio. Con cierta nostalgia recuerda que un día, mientras aleccionaba a sus pupilos sobre el cuadrilátero, lo perdió de vista. Había pedido a otras personas de confianza que le pusieran atención, pero se les ‘escapó del radar’.

Después de buscarlo hasta debajo de los muebles y en un parque aledaño al centro de acondicionamiento, lo encontraron dentro de una enorme llanta en el interior del gimnasio (las utilizan en las rutinas de acondicionamiento físico). Estaba profundamente dormido. Tenía 1 año y medio. Nunca hacía bulla y por eso esa ausencia momentánea pasó desapercibida. “Me llevé un gran susto”. Gerard acompañó a su madre a los entrenamientos hasta antes de ingresar a la escuelita. Jhoss es la encargada de enviarlo al centro infantil. Antes de despedirse, su hijo siempre le dice que tenga cuidado.

Esa fue una de las primeras palabras que aprendió su niño, su fan número uno, la razón por la que Jhoss cumple al pie de la letra con su rutina diaria. Se levanta a las 04:30; estira los músculos y luego toma una ducha. Después, prepara el desayuno y viste y peina a su hijo. Se cepillan los dientes y lo sube en el recorrido.

A las 06:30, Jhoss ya está en el Hitt Club de Boxeo y Calistenia. Prepara a sus pupilos hasta las 09:30.

Después, se toma un receso y luego arranca con su entrenamiento personal; cuenta los días para subirse al cuadrilátero y defender algunos de sus títulos. Mientras tanto -dice- debe mantenerse en forma.

Tras ejercitarse, retira a su niño de la escuela y van a casa para almorzar. Se relajan unos minutos y enseguida arman una maleta y en minutos están en la casa de la madre de Jhoss.

Ahí permanece Gerard, hasta que su madre termina de aleccionar nuevamente a sus pupilos. La boxeadora admite que el ritmo de vida es ajetreado, pero que “siempre se puede. El resto son solo excusas. Mi hijo llegó a motivarme, jamás me limitó”.

Sofía Caiche

Sofía decidió sintonizarse con su familia. Bajó el volumen a su acelerada rutina para pasar más tiempo en casa.

Por Elena Paucar

Cuando la puerta de la cabina se cierra al mediodía, la voz de Sofía Caiche se toma el dial de la 91.3 FM. Su tono picante y lleno de energía se abre paso sobre un fondo chichero de timbales y congas que no dejan de sonar.

La locución es la faceta más reciente de esta mamá todoterreno, que solía tener una jornada tan acelerada como la que se proyecta frente a su micrófono. El quinto piso donde funciona la radio da una panorámica de la Francisco de Orellana, una ajetreada avenida del norte de Guayaquil. “Amo trabajar, pero no puedo descuidar la familia -cuenta en una pausa-. Ellos son mi prioridad”.

Su carrera comenzó con el modelaje y cuando llegó a la televisión su vida alcanzó el volumen más elevado. Ya tenía a Piero -su primogénito, que estudia Arquitectura y trabajaba 24/7, grabando hasta tres programas a la vez. Ahora, con tres hijos, se ha propuesto bajarle los decibeles a su día a día. “Siento que soy dueña de mi tiempo. Si vuelvo a ser parte de una producción nacional ya no podría vivir en un canal de televisión, porque mi Renatita está entrando a la pubertad y mi bebé me necesita”.

Ellos saben que mamá entra al aire a las 07:00. A esa hora dirige un segmento de farándula ‘light’ y en cada pausa está pendiente de su teléfono, para monitorear lo que ocurre en casa a través de cámaras.

Los fines de semana tienen un mejor ritmo. Hay tiempo para preparar el desayuno -confiesa que aprendió a cocinar en la pandemia- y es el momento ideal para combinar dos culturas sobre la mesa.

Su esposo, Tihomir Tihomirov, es búlgaro-turco. Prefiere las ensaladas, pero se ha acoplado a los bolones y al encebollado. Hace tres años se conocieron y aceptó a Sofía con sus dos hijos y seis gatos.

“Hemos formado un bonito hogar. Yo suelo ser tóxica, un torbellino; él es parco, tanto que de cariño le digo ‘androide’. Pero nos complementamos porque somos polos opuestos”.

Él es el padre de Savash, su último hijo que pronto cumplirá 2 años. Cuando nació hubo silencio; el pequeño fue prematuro y estuvo un mes en UCI.

“Con él experimenté la angustia, pero lo puse en las manos de Dios y ya está bien. Es puro papitis -cuenta sonriente-. Yo solo fui el vientre de alquiler porque adora al padre”.

Sofía se pone los audífonos para volver al programa. Antes dice que a sus 41 años nadie le corta las alas porque aprendió a ser una mamá moderna, madura y hogareña -sin dejar de ser sexi-, que guarda el equilibrio entre la familia y su carrera.

Evelyn Lagos

Evelyn Lagos es la capitana de Ferrock, un equipo de fútbol femenino de la Liga IndoRock. Ella guía a su equipo hacia la victoria en cada partido.

Por Dayana Vinueza

Su amor por el fútbol nació cuando aún era niña. No recuerda cuántos años tenía cuando empezó a jugar, pero sí sabe que fue gracias a sus padres, su abuelo y sus tíos que comenzó a practicarlo porque veía cuánto se apasionaban ellos en la cancha. Profesionalmente lo aprendió en el colegio cuando formó parte de la selección femenina del colegio Simón Bolívar. Ahora lo practica todos los fines de semana en el sur de Quito. Evelyn Lagos pertenece al Ferrock, uno de los equipos femeninos de la Liga Indorock que funciona en el sector de La Magdalena (junto al Colegio Amazonas) y que se caracteriza porque junta la pasión del fútbol con la música, ya que la mayoría de los integrantes de la liga son roqueros.

El sábado 30 de abril nos encontramos con Evelyn en la cancha, minutos antes de su partido contra Espectro. Vestida con su uniforme rojo y negro y unos pupillos, a ella se le nota la pasión por el rock en sus tatuajes y también sus ganas de jugar. Después de hacer unos cuantos trucos con el balón ante la cámara empieza a contarnos por qué le apasiona tanto este deporte. Dice que no tiene una posición definida, y que ocupa el lugar que el equipo requiera en la cancha. Con las Ferrock es delantera, pero también arma al equipo en el medio campo y defiende cuando es necesario, lo único que no le gusta es ser arquera.

Durante el partido lo confirmamos, ya que se la ve corriendo por toda la cancha tratando de anotar un gol, pero también logrando que el balón no llegue al arco de su equipo.“Para anotar sí soy mala”, comenta entre risas, aunque la vimos no rendirse y casi lograr un gol. Al final su equipo perdió con un marcador de 2-1 en contra.

Evelyn tiene 30 años y trabaja de lunes a viernes en la empresa de su padre como operadora de maquinaria de inyección plática, pero los fines de semana son el momento para mostrar su verdadera pasión: el fútbol. En la cancha puede dejar todos sus problemas a un lado, quitarse el estrés y disfrutar únicamente de dominar el balón y marcar goles.

Cree que los partidos son un espacio especial para compartir con sus amigas y el fútbol en sí es un deporte que mueve pasiones, es por eso que le encanta el Mundial, porque le permite compartir su pasión con otros. Además, piensa que el fútbol une a las familias. A ella le unió con su abuelo, sus papás y sus tíos y ahora le está uniendo más con sus hijos.“A ellos les apasiona venir acá, verme jugar, siempre me preguntan: ‘¿Mami cuándo juegas?’, y es muy emocionante cuando estoy jugando y me saludan y gritan”, resalta.

Sobre todo le emociona que este 2022 la selección ecuatoriana esté presente para poder brindarle todo el apoyo. “Creo que el fútbol une a las familias porque todos nos sentamos a ver los partidos, a gritar, a morirnos de las iras a ratos, pero cuando hay un gol todos nos abrazamos con mucha alegría”. De hecho, es un deporte que permite hacer nuevas amistades. “Es un deporte que permite que todos estemos unidos”.

Uno de sus sueños es que su hijo Benjamín, de tres años, ame el fútbol tanto como ella y que cuando sea grande pueda dedicarse profesionalmente a este deporte. Cuenta que desde muy pequeñito ha mostrado su gusto por el balón y que prácticamente aprendió a caminar y jugar al mismo tiempo, por eso se emociona al llevarlo a la cancha.

Sin embargo, la más apasionada por verla jugar es su hija Maité, de 11 años, a quien se la ve alentando a su mamá durante todo el partido. Ella confiesa que también le encanta el fútbol y que le gusta mucho ir a la cancha. A Evelyn no le sorprendería que pronto se una a un equipo.

Michelle Arévalo

Esta mamá confía en que maternar en comunidad facilita la labor. Para criar a sus hijos tiene el apoyo de su niñera y de mujeres que la rodean.

Por Lizette Abril C.

Ser mamá le enseñó a tener más disciplina y convertirse en una mejor estratega. Michelle Arévalo, cofundadora de Impaqto, ve a la maternidad como un espacio que es mejor si se habita en comunidad: con amigas, tías, otras mamás, abuelas y, por supuesto, una niñera, cuando se tiene la posibilidad de costear una.

Es mamá de Elías y Jude Carpenter, unos mellizos de 2 años, a quienes dedica gran parte de su tiempo. En una dinámica conversación en las oficinas de su empresa en Quito, a la que considera como uno más de sus hijos, esta ejecutiva reconoce que la maternidad es como un segundo frente que se abrió, para el que necesita ayuda.

Por ello, ve en su niñera Alexandra Osorio a una socia de vida con quien mantiene una relación cercana y de confianza. “Tomamos juntas todas las decisiones en torno a la crianza de los mellizos”, dice Arévalo. Eso le permite mantenerse cerca de sus hijos y tener un rol proactivo. Incluso buscan juntas en Internet opciones para su nutrición y cuidados.

El tiempo que dedica a sus hijos es “sagrado”, por lo que sus actividades laborales nunca se inician antes de las 10:00. Antes de eso, juega con los pequeños, les lee cuentos, los mima... Ese es el espacio con mayor interacción que tienen en el día.

Una vez que llega su niñera, aprovecha también para compartir tiempo con su esposo y hacer ejercicio. En un día ideal también puede pasar con sus hijos más momentos en las noches, antes de que se duerman. Y luego se dedica nuevamente a sus actividades laborales.

Arévalo vive la maternidad con base en un concepto que elaboró de las experiencias de las mujeres que la rodean y de las suyas propias. “He visto cómo las mujeres más cansadas que conocí son aquellas que no tienen apoyo con sus hijos, o son más individualistas”, explica.

Desde que nacieron los mellizos trata constantemente de eliminar la culpa que siente por tener que pedir ayuda para cumplir con su rol de mamá y criar niños más afectivos, emocionalmente sanos y mejores seres humanos. Según dice, este fue el primer paso que dio para encontrar su balance entre la maternidad y su vida profesional y personal.

Para ella, es importante que las madres no siempre se muestren como mujeres que pueden hacerlo todo solas, sino que es necesario construir y mantener una red de apoyo de cualquier tipo para ejercer mejor la maternidad y tener tiempo para ellas mismas. Este es un principio que se aplica en distintas comunidades alrededor del mundo.

Ser mamá trajo muchos cambios en su vida. Uno de ellos, dice, fue el convertirse en una mujer más organizada y productiva. Antes de tener sus hijos, manejaba el tiempo como “quería” y sin tener la presión de alguien más. Ahora, puede hacer más cosas en menos tiempo, pues no hay un margen de error tan amplio en el cumplimiento de sus actividades cotidianas. Cree que el nacimiento de los mellizos la reconfiguró de algún modo y aprendió a ser más estratega y planificar mejor las actividades.

Además, le mostró cómo quiere manejar su empresa a futuro y lograr que esta trascienda. Impaqto tiene ocho años en el mercado y considera que ahora mismo está en el punto de madurez necesario para entender que puede hacer “más cosas” en ella y lograr que sea autosuficiente.

Esa misma autosuficiencia es la que espera lograr con sus hijos cuando crezcan y que no necesiten que su mamá haga todo por ellos. A futuro se ve como una mamá que está pendiente de sus hijos, pero que también tiene tiempo para ella y para cumplir sus objetivos de vida, que van más allá de la maternidad.

Samanta Palma

Organizar el tiempo ha sido clave para Palma. Su hija y su familia son el soporte para enfrentar cualquier adversidad.

Por Sara Oñate

El trabajo en equipo y apoyo que a diario recibe Samanta Palma por parte de su madre y su hermano han sido fundamentales para enfrentar la tarea de ser madre y profesional.

La joven de 29 años tiene una hija de 5, Julieta. Debido a sus turnos rotativos en el hospital, Samanta no siempre puede estar junto a ella por lo que su madre y hermano la ayudan. Cuando tiene el turno de las 06:00, Samanta comparte con Julieta en las tardes. A veces almuerzan juntas y luego hacen las tareas. Lo que nunca falta es el juego entre las dos.

“Mi trabajo es un poco pesado y suelo llegar cansada, pero siempre me doy tiempo para salir al parque o andar en bicicleta con Julieta”, comenta Samanta.

Palma lleva cinco años trabajando en el Hospital del Día del IESS en Sangolquí. Durante tres años estuvo en el área de emergencias. Los turnos ahí eran de 12 horas y tres días libres. Samanta recuerda que cuando inició como enfermera, Julieta apenas era una bebé.

En ese entonces su madre, Natalia García, no podía cuidar de Julieta porque tenía un negocio propio. Por ello, Samanta buscó una persona de confianza que se encargara de ella mientras trabajaba. “Era muy difícil y me preocupaba, aunque yo conocía a la señora siempre tenía ese pendiente de cómo estará mi hija”, dice.

Por la pandemia del covid-19, Natalia tuvo que cerrar su negocio y se dedicó tiempo completo a cuidar de su nieta. Ahora su peluquería está en casa y allí atiende a sus clientas o las visita a domicilio.

Samanta comenta que desde que su madre la ayuda con el cuidado de Julieta le ha permitido estar más tranquila en su trabajo y enfocarse 100% a su labor como enfermera. “El apoyo de mi mamá ha sido incondicional, desde el primer momento que estaba embarazada me apoyó”.

La enfermera recuerda que cuando estaba a un paso de terminar su carrera se enteró que estaba embarazada. Tenía 24 años y por un momento pensó que se había fallado a sí misma.

Ese pensamiento duró poco y con el respaldo de su madre, Samanta se graduó con una bebé en camino. Para Palma, la maternidad tiene sus contrastes, con momentos difíciles e implica una gran responsabilidad. Por ello, señala, uno debe estar bien, sanar las heridas y eso se reflejará en los hijos.

Al ser madre, también siente que cada día aprende algo nuevo con su hija. “Estoy orgullosa de ser mamá”, afirma.

En estos cinco años, ambas se han adaptado a los cambios. Julieta cada 15 días pasa con su papá. Para Samanta es importante que los dos compartan tiempo y así fortalezcan su relación.

Al perder a su padre cuando todavía era pequeña, y aunque no tiene muchos recuerdos, siente que fue duro crecer sin él; sin embargo, su madre siempre ha estado luchando y perseverando para salir adelante y la considera su mayor ejemplo para vencer las adversidades.

Natalia siente la misma admiración por Samanta. El que haya alcanzado una de las tantas metas que se ha propuesto la llena de orgullo.

Recuerda que desde pequeña le gustaba ayudar a otras personas y tenía mucho carisma. Ahora que ve plasmado su sueño, se le llenan los ojos de lágrimas. No podría estar más feliz al ver que logró su objetivo y ejerce su profesión con vocación y amor.

El camino no ha sido fácil. Cuando enviudó le tocó afrontar sola el cuidado de su hija. Al igual que ella con Samanta, su madre fue su soporte.

“Siempre hemos sido un equipo, siempre nos apoyamos y vemos cómo resolver los problemas que se presentan”, finaliza Natalia.

Catalina Ávila

Su primer hijo adquirió una discapacidad y por eso se involucró en la docencia. Es sencilla, comunicativa y entregada a su familia y estudiantes.

Por Lineida Castillo

Nada prepararía a Catalina Ávila Peralta para recibir la noticia más dolorosa. Apenas tenía 22 años (ahora 47) cuando nació su primogénito Juan Andrés Guillén. Al mes, el bebé contrajo meningitis que le produjo una discapacidad intelectual severa del 92%.

“Es un impacto para cualquier mamá que le digan que su hijo no va a ser ‘normal’ y me cuestionaba ¿normal a qué?: no va a escuchar, a caminar, a hablar, porque quedó en estado vegetativo”, recordó.

Catalina venía de un hogar tranquilo, donde lo más grave que vivió en su infancia fue el divorcio de sus padres. Pero con la enfermedad de su hijo se sintió dentro de una montaña rusa que ella no pidió subir.

“Fue duro. Lloramos lo que teníamos que llorar. Todavía lloro, pero ahora Juan Andrés me da alegrías”, confiesa, mientras sus ojos se humedecen y su voz se quiebra en la sala de su vivienda, en la vía a Racar.

Ella tiene en mente el historial médico de su hijo, las operaciones de la cabeza y su proceso de evolución donde alcanzó cierta independencia: a los 4 años consiguió que caminara, a los 5 que comiera solo y a los 13 que dejara el pañal, siempre con el apoyo de su esposo, Gustavo, de su familia y más tarde de sus hijas, Paola, Monserrath y Doménica.

Pero nada de eso fue fácil. Cuando el niño enfermó, Catalina estaba a punto de culminar su carrera como Ingeniera Comercial. De allí pasó a autoeducarse y estudió Pedagogía, para involucrarse en la educación regular y especializada.

Los primeros cursos como maestra los hizo con sus hijos. Con ellos perfeccionó sus conocimientos en emociones, tolerancia, respeto e igualdad, que acepten las derrotas y celebren los triunfos, dice.

Después trabajó en las unidades educativas Cristo Rey, César Dávila y Febres Cordero de Cuenca; y en la Universidad de Cuenca en proyectos de vinculación social. Según ella, en su hogar y en las aulas se comporta como madre y maestra, porque no se puede educar sin amor. De sus alumnos recuerda que eran felices y que la educación debe contribuir a eso.

Rosita Aguirre, madre de un alumno, ha visto que Catalina sufre con los problemas de sus estudiantes y les enseña a enfrentarlos. “Es como la mamá de los pollitos”.

Sus días se llenan de alegría cuando un exalumno, ahora universitario, le saluda atento en la calle. “Significa que tienen un buen recuerdo, gratitud y respeto”, dice sonriendo.

Es una mujer que quisiera que el día tuviese más horas para realizar otras actividades. “Es nuestra psicóloga, chofer, enfermera, cocinera, profesora y está de guardia por nosotros siempre, dice su hija Paola. Los fines de semana comparten tareas en casa o salen de paseo en familia.

En los últimos 20 años, Catalina se ha involucrado en organizaciones de discapacidades como Fepapdem, Siredis, El Trébol y Amigos por el Autismo. Marcela Gutiérrez dice que su colega es capaz de cambiar el mundo por la educación y la inclusión.

Actualmente trabaja como facilitadora en la Federación para la Atención a Personas con Discapacidad Intelectual. Su tarea es convertir a 10 jóvenes, mayores de 18 años, en autogestores de sus derechos.

Sus padres cuentan que en la pandemia por el covid-19 nunca se sintieron solos ni desamparados. Catalina gestionó y les entregó kits alimenticios y de bioseguridad, y les llamaba para saber cómo estaban.

Catalina se considera realizada y feliz, porque ha cumplido distintas metas con su hijo. El aprendizaje que adquirió por él enriqueció sus experiencias para ser mejor como persona, madre, educadora y profesional.

Martha Herrera

Después de su jubilación, esta mamá sigue trabajando. Lo hace en una empresa de ropa femenina creada por ella y su hija.

Por Darla Arévalo

Ella se jubiló en 2019, después de 30 años de trabajo en una entidad bancaria. Ahora es la socia de su hija mayor, Stephanie Benítez. Juntas se propusieron crear una empresa de ropa femenina.

La idea empezó en 2019, cuando Stephanie regresó de su especialización en Moda y Marketing en España. Ella formuló el plan de crear una marca de empoderamiento femenino de la mano de su madre. El trabajo en equipo fue la clave para convertir el deseo en realidad.

TextMe es el nombre que le dieron a su emprendimiento, que empezó con la confección de unas camisetas blancas con diferentes diseños y frases de empoderamiento. A los pocos meses de jubilarse se concentró al 100% en este nuevo negocio. Buscó proveedores, materiales y fábricas que se adaptaran a las necesidades de la empresa que estaba iniciando.

Las ventas empezaron por redes sociales. Los pedidos de las camisetas cada vez eran más constantes hasta que llegó la pandemia de covid-19. En 2020, Martha no frenó su trabajo, pues el tiempo de cuarentena le dio la oportunidad de buscar a más proveedores, telas, modelos... Se vinculó más con el uso de Instagram y acompañó a su hija en el diseño y creación de nuevas prendas para su tienda, que funcionaba de manera ‘online’.

Las inversiones de capital cada vez eran más grandes para conseguir el material necesario y no veían aún una ganancia para solventar el sueldo, pero continuaron con su proyecto. Martha es experta en administración de empresas. Terminó su carrera universitaria a los 50 años para fomentar en sus dos hijos Stephanie (32 años) y Freddy Ricardo (29 años) el amor por el estudio y demostrarles que la edad no es una limitación. El conocimiento de esta emprendedora está presente en el desarrollo de la empresa para incrementar la variedad de ropa, materiales y personas que les apoyen en la confección y reparto de pedidos.

“Mi mamá no para y su amor es inmenso”, sostiene Stephanie. Ella recuerda que las primeras facturas que llegaron de los proveedores eran montos altos de dinero y tenía preocupación para solventarlos. Su madre estuvo presente en cada momento, dándole apoyo e invirtiendo más capital para completar la suma.

Crecimiento y trabajo en familia

El apoyo familiar fue indispensable para el crecimiento de estas dos emprendedoras. Freddy Benítez, esposo de Martha, también trabaja en la empresa. Él se encarga de acompañar a su esposa a visitar proveedores, dejar pedidos y en la organización de algunas prendas. Por su parte, Freddy Ricardo, hijo y hermano de las emprendedoras, les hace promoción en redes e invita a sus conocidos a ser parte de la empresa de su madre y hermana, por su trabajo como oficial del ejército no tiene tanto tiempo libre.

Con el acompañamiento de la familia el emprendimiento cada día iba creciendo. Martha y Stephanie inauguraron dos tiendas físicas, una en Quito y otra en el valle de Cumbayá. El proyecto que empezó con una pequeña idea se convirtió en una sociedad empresarial dirigida por las emprendedoras y Gracia María Cajas, una amiga cercana de la familia Benítez-Herrera.

Actualmente, Martha se encuentra a cargo de los dos locales en el país, realiza inventarios de las ventas y prendas diariamente, empaqueta, entrega pedidos y atiende en las tiendas físicas junto a Gracia María. Stephanie ya no se encuentra en Ecuador; sin embargo, continúa enviando bocetos y nuevos diseños para las próximas colecciones que estrenará el emprendimiento en los próximos meses.

Ivonne Díaz

Hace cinco años, Ivonne Díaz se enamoró de la cultura japonesa y ahora se disfraza y representa a sus personajes favoritos de animes y películas.

Por Dayana Vinueza

Ivonne Amberlash es su nombre artístico. Hace cinco años esta enfermera se enamoró del mundo del ‘cosplay’ y desde ese momento ha interpretado a catrinas, villanas y superheroínas. Le inspira el universo ‘otaku’ porque siente que a través de el puede dar felicidad a otros y además le ha permitido fortalecer más su relación con su hijo Dorian, de 22 años, con quien se disfraza y participa en eventos.

Conoció el ‘cosplay’ gracias a un paciente oncológico que atendía. Siempre lo veía con gorritos y adornos en su cabeza. Un día le preguntó ¿por qué los usaba? El le enseñó todo sobre los ‘otaku’, como se conoce a los aficionados por los animes, mangas, videojuegos, películas y más.

“A los dos meses de que este paciente y amigo falleció, le hicieron un homenaje en Asa no inori (una agrupación ‘otaku’ de la que era fundador) y ahí vi a los ‘cosplayers’. Me impactó Ryuk de la ‘Death note’ y anhelaba que mi hijo lo interpretara”.

Al principio era él quien se disfrazaba con su ayuda, pero insistió para que también lo hiciera su mamá. El primer personaje que ella interpretó fue el de la catrina, que aparece en la película ‘El libro de la vida’. Ivonne siempre intenta disfrazarse de quienes tengan una personalidad parecida a la suya, que sean muy llamativos y que no muestren mucha piel.

Confiesa que al principio le daba un poco de recelo por su edad (actualmente tiene 48 años), pero entendió que para realizar ‘cosplay’, la edad no es una limitante, solo tiene que gustarte y amar el compartir esa afición con los otros a través de la representación de los personajes de series, películas y mangas.

Cuando Ivonne se disfraza para las convenciones que se realizan en la capital, siente mucha emoción porque los niños y los aficionados le piden fotografías y le hacen sentir una estrella de cine, además cree que inspira a otros que todavía no se animan a disfrazarse. “No existe un estándar de belleza para hacer ‘cosplay’. Yo les diría a los que quieren hacerlo, que lo hagan, que no se queden con las ganas”, agrega.

Entre los personajes que ha interpretado están Hela, de Thor Ragnarok; Afrodita A, de Mazinger Z; la madre de Coraline, en la película homónina, y cuatro catrinas distintas. Para la siguiente convención, en junio de este año, planea disfrazarse de emperatriz de la nobleza japonesa. Ella misma diseña sus trajes, pero si son armaduras o piezas más elaboradas pide ayuda a los ‘propmakers’, que son personas que se dedican a la fabricación de estos trajes.

En el hospital trabaja en su mayoría con adultos mayores y con ellos a veces realiza eventos en los que les muestra su afición, sobre todo en fin de año. Considera que a través del cosplay se puede entregar alegría a las personas y también es una forma de compartir momentos especiales con su hijo.

“Esos lazos no se rompen, él me maquilla, yo le maquillo y es algo que nos va a unir el resto de la vida. Cuando físicamente ya no esté con él va a recordar esto con mucho sentimiento”, resalta esta madre que cree que a través del cosplay se puede entregar mucho cariño e incluso hacer labor social. “Siempre le recuerdo a mi hijo que tiene que ayudar a los demás con buen corazón”.

Ivonne cree que las madres son superheroínas porque desempeñan muchas funciones en la casa y muchas veces son el pilar del hogar. “Nos buscamos tiempo para todo, somos muy proactivas y siempre estaremos ahí para lo que necesiten nuestros hijos y nuestra familia”.

Si bien ella interpreta a las superheroínas de los cómics, todos los días es una superheroína con su hijo Dorian y también en su profesión como enfermera.

Mónica Zamora

Esta madre considera que la educación de sus hijas es todo un reto. Para eso, busca las herramientas adecuadas.

Por Modesto Moreta

Su voz es suave e inyecta confianza desde el primer momento en que entra en contacto con los niños. En cada palabra crea empatía, cariño y amor por el prójimo, en especial cuando responde las inquietudes de los padres de familia que buscan ayuda.

Su paciencia con los infantes que llegan a consulta es la misma con que educa a sus dos hijas, Mónica Isabela, de 11 años, y María Elisa, de 7, con quienes comparte su tiempo. En ese ambiente se desempeña la ambateña Mónica Zamora, psicología infantil, de 41 años, graduada en 2009 y con una maestría en Neuropsicología infantil en la Universidad Central del Ecuador.

En todo este tiempo aprendió a ser tolerante y casi nunca se enoja con facilidad. “La paciencia es lo más importante que debe mantener una persona, así sea la situación más complicada. Una sola palabra puedes herir sentimientos y más tarde arrepentirte y pedir perdón”.

Siempre mantiene la serenidad en el hogar. Confiesa que el trabajo con sus hijas es complejo, porque cumple un doble papel: madre y psicóloga a la vez. A pesar de contar con todas esas herramientas con que ayuda a otros niños, dentro de su casa esas metodologías casi no han funcionado con María Elisa, su hija menor.

Durante la pandemia intentó que aprendiera a leer y a escribir vía virtual, pero no lo logró. “Fue bastante complicado porque hubo una cierta resistencia. Me decía que no soy su profesora. Sentí frustración porque, pese a tener todos los conocimientos, no lograba ayudarla”.

Para Mónica, trabajar con gente fuera de casa es más fácil que dentro de su hogar; debido a que sus hijas no ven al profesional que les está guiando, sino a la madre y en ocasiones le ponen a prueba la paciencia.

La especialista considera que es un reto afrontar la educación de los hijos, debido a que todo el tiempo quieren estar frente a una pantalla. Por eso cree que el ejercicio les ha ayudado a liberar energía, más allá de cumplir con sus tareas escolares.

Como padres debemos crear momentos importantes para ellos, como jugar, cocinar, salir al parque a pasear, caminar, compartir o mirar películas en casa. O incentivar la lectura en los niños, trazando retos como leer un cierto número de hojas con el propósito que cuenten lo que leyeron y jugar a adivinar de qué se trata el libro; de esa forma potenciamos este hábito.

En la educación de las niñas también participa su madre, María Elena, quien es la guía. También ayuda su padre Jairo Benavides, que pasa 15 días de cada mes junto a las niñas, por causa de su trabajo. “Un niño feliz responde en todo lugar. Debemos ayudarles a controlar sus emociones como la ira, la alegría y la tristeza”.

Closer